Nataly Kelly
Chief Research Officer, Common Sense Advisory
Posted: November 23, 2010 04:18 PM
In today's interconnected world, is language really still a barrier? The answer is yes, but not for long.
The world's population is projected to reach seven billion by the end of 2011. Nearly two billion of these individuals have internet access. The majority of online users (80 percent) speak just ten languages, but there are 6,912 known living human languages. Only 2,261 have a writing system. So, video and audio communication are essential to enable people from all parts of the world to communicate in real time.
The printing press, radio, and television were each important milestones in expanding the scope of global communication. But the internet gives people access to information in all three of the forms they prefer (audio, video, and text), making it the only communication platform capable of reaching people in all of the languages they speak. Before the internet, conquering Babel was simply a dream -- now, it's an attainable goal.
The internet also may help slow down language loss. Speakers of less common languages are often marginalized from the larger societies their communities inhabit. As a result, they assimilate and learn the language of a dominant class or social group. Parents often encourage their children to embrace society's most dominant language, viewing it as a key that will unlock important economic and social benefits that would otherwise be unattainable. As a result, younger generations abandon their mother tongues, often viewing them as inferior.
But programs like the National Geographic's Enduring Voices Project -- conducted in collaboration with the Living Tongues Institute for Endangered Languages -- seek to preserve endangered languages by recording them and sharing them with the world through their own YouTube channel. Thanks to this project, people across the globe can hear two young men rap in Hruso (also called Aka or Angka). Hruso is a Tibeto-Burman language spoken by 4,000 people in Arunachal Pradesh, India. A video that shows a gentleman counting in Foi (also called Foe or Mubi), makes it clear why video content is essential. Viewers hear him pronounce the numbers in his language, which is spoken by 2,800 people in Papua New Guinea, but they can also see how he uses his body to count. Just imagine how a miserably a textbook would fail to convey the same information.
Companies like Microsoft and Google have also been working to increase the number of languages in which their customers can receive and share information. As Carla Hurd, who oversees Microsoft's Local Language Program, points out, "There are languages we've encountered where the terms we need to translate simply don't exist, so we end up working with the local communities on terminology development. This ensures that they tell us how they'd like to see the terms translated -- not vice versa." Hurd's program enables speakers of 59 different languages -- including Assamese (India), Basque (Spain), Igbo (Nigeria), and Inuktitut (Canada) -- to use Microsoft's products.
No single organization in the world is doing as much to demolish the Tower of Babel as Google. The company's flagship product, Google Search, is available today in 136 languages. Google Translate, the company's automatic translation tool, enables users to instantly translate content between 57 different languages. While there's a long way to go to reach all 6,912 languages, the company has made no secret of its goal to remove the language barrier. It operates a vast online translation community, using volunteer translators who want to see more information available in their native tongues.
The scope of Google's language-related work is expansive, but it also engages in more focused, timely projects. For example, the company recently engaged more than 1,800 multilingual professionals to convert more than half a million words of online health-related text into Arabic, Hindi, and Swahili through a pilot project called Google Health Speaks. Jennifer Haroon, who oversees the project, explains, "To demonstrate our commitment to increasing health information online in local languages, we paid professional translators to translate and review a portion of the articles."
Why is translation so important? Information is power, but the amount of information that is currently inaccessible to the world population is mind-boggling. Much like scientists who discover more each day about the mysteries of the human brain, translation enables us to tap into more of our collective repository of human knowledge.
Our thirst for information will never be fully quenched unless we can access all of the information that we might want to obtain -- no matter which language(s) we happen to speak, no matter who created the content, and no matter the form in which it's available. Until the world's content is accessible to all, the internet is not truly global.
The worldwide web must also be wordwise. Slowly but surely, we're getting there.
Traducción jurada en Guatemala inglés - español y otros idiomas desde 1992, exactitud, rapidez, confidencialidad, llevamos la traducción a su oficina o residencia; asimismo, capacitamos mediante diplomados 100% en línea en: 1) Formación para estudiantes de traducción jurada, b) Actualización profesional para el traductor jurado en servicio, c) Inglés legal internacional para abogados y personal jurídico; solicite información a ccptradprof@gmail.com
23 noviembre 2010
22 noviembre 2010
Afuera, fuera y compañía...
Tenemos en español pares de adverbios de lugar con a- y sin a- que a veces plantean dudas en el uso. Me refiero a parejas como fuera/afuera, dentro/adentro, delante/adelante, detrás/atrás, etc. Lo primero que tenemos que saber es que cada miembro del par admite lo mismo usos de situación (1, 2) que usos de desplazamiento (3, 4):
(1) No me diga que estoy fuera de la realidad, miss Ramos [...] [Ana María Fuster Lavín: Réquiem]
(2) Me quedé afuera aguardando a Momo [Fernán Caballero: La gaviota]
(3) Mañana me voy fuera de Lima, a descansar por unos ocho días [Carmen María Pinilla (ed.): Arguedas en el Valle del Mantaro]
(4) Espérame aquí, niña. Voy afuera a hacerme muy rico [Isabel Allende: Cuentos de Eva Luna]
Por tanto, hay que desechar la idea, bastante arraigada, de que las formas sin a- solo se utilizan cuando tienen significados estáticos y que las contrapartes con la preposición incorporada denotan exclusivamente movimiento.
La verdadera diferencia está en su capacidad para admitir un complemento o no. Las formas sin a- aceptan siempre un complemento introducido por la preposición de, como se ve en los ejemplos (1) y (3). Este no tiene por qué estar presente obligatoriamente. Puede expresarse (5) o quedar sobreentendido (6); pero, en cualquier caso, virtualmente está ahí:
(5) Me voy fuera de Lima por unos días
(6) Me voy fuera por unos días
Es frecuente, por otra parte, el uso de las formas con a- con dicho complemento, pero se considera vulgar: Me quedé afuera de la competición. Debemos evitar, por tanto, afuera de, adentro de, adelante de y atrás de.
No se utiliza la preposición a ante estos adverbios. Para eso ya están las variantes correspondientes con -a:
(7) Sigamos a delante > Sigamos adelante
Pero, sobre todo, no puede aparecer esta preposición ante las formas que ya la llevan incorporada:
(8) Vamos a adentro > Vamos adentro
Ni que decir tiene que son incorrectas expresiones redundantes como salir (a)fuera y entrar (a)dentro, pues la idea de salir ya implica que tiene que ser hacia fuera (no se puede salir hacia dentro), y en la idea de entrar va implícita la de que lo hacemos hacia dentro (por imposibilidad física y lógica de entrar hacia fuera). En estos casos debemos decir simplemente salir o entrar.
Por último, hay que mencionar la forma erosionada alante, que va desplazando en el habla coloquial (y no tan coloquial) a los adverbios adelante y delante. Como ves, está tachada, así que no creo que haga falta decir más.
Se podría continuar con el tema, pero esto es lo mínimo que es necesario saber para emplear estos pares correctamente. Y no es poco.
[Blog de Lengua Española de Alberto Bustos, 'Fuera', 'afuera' y compañía; puedes copiar este artículo para fines no comerciales, pero tienes que dejar estos enlaces]
Publicado por Alberto Bustos
Categorías: adverbio, léxico, morfología, norma
(1) No me diga que estoy fuera de la realidad, miss Ramos [...] [Ana María Fuster Lavín: Réquiem]
(2) Me quedé afuera aguardando a Momo [Fernán Caballero: La gaviota]
(3) Mañana me voy fuera de Lima, a descansar por unos ocho días [Carmen María Pinilla (ed.): Arguedas en el Valle del Mantaro]
(4) Espérame aquí, niña. Voy afuera a hacerme muy rico [Isabel Allende: Cuentos de Eva Luna]
Por tanto, hay que desechar la idea, bastante arraigada, de que las formas sin a- solo se utilizan cuando tienen significados estáticos y que las contrapartes con la preposición incorporada denotan exclusivamente movimiento.
La verdadera diferencia está en su capacidad para admitir un complemento o no. Las formas sin a- aceptan siempre un complemento introducido por la preposición de, como se ve en los ejemplos (1) y (3). Este no tiene por qué estar presente obligatoriamente. Puede expresarse (5) o quedar sobreentendido (6); pero, en cualquier caso, virtualmente está ahí:
(5) Me voy fuera de Lima por unos días
(6) Me voy fuera por unos días
Es frecuente, por otra parte, el uso de las formas con a- con dicho complemento, pero se considera vulgar: Me quedé afuera de la competición. Debemos evitar, por tanto, afuera de, adentro de, adelante de y atrás de.
No se utiliza la preposición a ante estos adverbios. Para eso ya están las variantes correspondientes con -a:
(7) Sigamos a delante > Sigamos adelante
Pero, sobre todo, no puede aparecer esta preposición ante las formas que ya la llevan incorporada:
(8) Vamos a adentro > Vamos adentro
Ni que decir tiene que son incorrectas expresiones redundantes como salir (a)fuera y entrar (a)dentro, pues la idea de salir ya implica que tiene que ser hacia fuera (no se puede salir hacia dentro), y en la idea de entrar va implícita la de que lo hacemos hacia dentro (por imposibilidad física y lógica de entrar hacia fuera). En estos casos debemos decir simplemente salir o entrar.
Por último, hay que mencionar la forma erosionada alante, que va desplazando en el habla coloquial (y no tan coloquial) a los adverbios adelante y delante. Como ves, está tachada, así que no creo que haga falta decir más.
Se podría continuar con el tema, pero esto es lo mínimo que es necesario saber para emplear estos pares correctamente. Y no es poco.
[Blog de Lengua Española de Alberto Bustos, 'Fuera', 'afuera' y compañía; puedes copiar este artículo para fines no comerciales, pero tienes que dejar estos enlaces]
Publicado por Alberto Bustos
Categorías: adverbio, léxico, morfología, norma
08 noviembre 2010
¿Que es primero: lo oral o lo escrito?
Un alumno neozelandés, que estaba empezando a aprender español, un día me saludó con un alegre ¡Jola!, ¿kué tal? Al principio esto me dejó desconcertado. Después caí en la cuenta de que quería decir: Hola, ¿qué tal? Cuando le corregí, me hizo un comentario que es el que, años después, da pie a esta entrada: Pero se escribe así…
Está claro que los seres humanos sabían hablar desde mucho antes de que se empezaran a desarrollar, siquiera de forma rudimentaria, los primeros sistemas de escritura. En la historia de la humanidad primero fue lo oral y después vino lo escrito. Ese proceso por el que pasó la especie en su conjunto se ha ido repitiendo a escala más reducida para cada una de las comunidades lingüísticas del mundo, que han ido aprendiendo las unas de las otras a fijar su habla por escrito. Todas ellas sabían hablar previamente y sabían muy bien lo que decían. Es más, a día de hoy muchas lenguas del mundo siguen sin escribirse, lo que no les impide cubrir a la perfección las necesidades expresivas y comunicativas de las gentes que se sirven de ellas. No hay, en cambio, ninguna lengua que se escriba pero no se hable (y nunca se haya hablado). Por tanto, aquí también viene primero lo oral y solo después llega lo escrito (si es que llega). Este es, por otra parte, el mismo recorrido que realiza cada persona en su vida. Todos hemos aprendido primero a hablar y solo después algunos hemos aprendido a escribir. La población mundial era mayoritariamente analfabeta hasta hace unas cuantas décadas y todavía hoy la UNESCO calcula que 800 millones de personas no saben leer ni escribir. Y una vez más, salvo discapacidad, no hay nadie que sepa escribir y no sepa hablar.
Por otra parte, si nos fijamos en lo que hace el común de los mortales, veremos que pasamos mucho más tiempo hablando que escribiendo, incluso en esta época nuestra en que tecleamos como locos en ordenadores y teléfonos móviles.
Todo esto nos debería hacer sospechar que para el ser humano la lengua oral es más importante y más básica que la escrita. Y, sin embargo, ¿por qué le damos tanto valor a unos cuantos trazos grabados en un papel, una piedra o una pantalla?
La escritura es un invento poderoso. Los primeros pueblos que la conocieron adquirieron una ventaja sobre los demás que difícilmente nos podemos imaginar y que probablemente igualaba o superaba en términos proporcionales a nuestras actuales brechas tecnológicas o digitales. La escritura multiplicó las dimensiones y la complejidad de los Estados al permitir fijar las leyes de manera inalterable y enviar instrucciones precisas a los rincones más apartados de un imperio. Permitía también dejar constancia indiscutible de la propiedad. Gracias a ella el comercio pudo alcanzar unas proporciones que nadie hubiera podido soñar. Los escritos ayudaron a viajar en el tiempo y en el espacio a esos virus llamados ideas, que ahora podían transmitirse de unas personas a otras sin necesidad de que hubiera contacto directo. Y no debemos olvidar que la escritura brindaba a la divinidad nuevas formas de manifestarse. No en vano las tres religiones más exitosas del mundo —el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam— reposan sobre la autoridad de las Sagradas Escrituras. La habilidad de leer era rara y preciada porque quien la poseía se convertía en vínculo con el poder, la riqueza, la sabiduría y lo sobrenatural. Quien además sabía escribir podía aspirar a convertirse en fuente de todo esto.
No es de extrañar, por tanto, que la palabra escrita adquiriera un prestigio incomparable que llevó a invertir los términos de la relación entre lo oral y lo escrito. Si en el inicio la escritura intentaba registrar lo hablado lo mejor que podía, llegó un momento en que fue la lengua oral la que empezó a sentirse acomplejada al lado de la perfección de la lengua escrita y a sentirse en la necesidad de imitarla. La que había sido la maestra acabó reducida así a la condición de alumna rezagada. La veneración por lo escrito no se ha perdido a pesar de los saludables progresos de la alfabetización. Antes al contrario, en nuestro paso por las aulas nos han explicado que adquirir una cultura equivale, por encima de todo, a aprender a leer y escribir textos cada vez más complejos.
La lingüística ha puesto también su granito de arena. Todo haría esperar que esta se volcara en lo oral. Pero no podemos olvidar que los estudios gramaticales (re)surgen en la Edad Media europea para dar respuesta a una necesidad muy concreta; la cultura estaba escrita en una lengua que ya no entendíamos: el latín. La gramática era un auxiliar que nos enseñaba a descifrar textos oscuros. Todavía hoy nuestras gramáticas están concebidas más para ayudar a entender que para ayudar a producir, y sirven bastante bien para dar cuenta de la lengua escrita estándar, pero naufragan en cuanto intentamos aplicarlas a la conversación cotidiana. Cuando vemos que las reglas gramaticales no encajan con nuestra forma de hablar, no llegamos a la conclusión de que la gramática está mal hecha (o de que no está hecha para eso), sino que decidimos que hablamos mal y asunto solucionado.
Por eso tienen también más prestigio las variedades de una lengua cuya pronunciación está más cercana a la ortografía. De ahí, por ejemplo, que se suela emplear como arma arrojadiza contra seseantes y ceceantes el que su pronunciación no respete la escritura.
Y así volvemos a donde empezamos. Quienes dicen eso sólo tendrían razón si la tuviera aquel alumno que saludaba a sus profesores con un Jola, ¿kué tal? Pero aquel simpático principiante probablemente se desenvuelve hoy con soltura en español y ya ha entendido que una cosa es cómo se habla y otra cómo se escribe y que históricamente el habla no es imitación de la escritura sino más bien al revés.
[Blog de Lengua Española de Alberto Bustos, ¿Qué es primero: lo oral o lo escrito?]
Está claro que los seres humanos sabían hablar desde mucho antes de que se empezaran a desarrollar, siquiera de forma rudimentaria, los primeros sistemas de escritura. En la historia de la humanidad primero fue lo oral y después vino lo escrito. Ese proceso por el que pasó la especie en su conjunto se ha ido repitiendo a escala más reducida para cada una de las comunidades lingüísticas del mundo, que han ido aprendiendo las unas de las otras a fijar su habla por escrito. Todas ellas sabían hablar previamente y sabían muy bien lo que decían. Es más, a día de hoy muchas lenguas del mundo siguen sin escribirse, lo que no les impide cubrir a la perfección las necesidades expresivas y comunicativas de las gentes que se sirven de ellas. No hay, en cambio, ninguna lengua que se escriba pero no se hable (y nunca se haya hablado). Por tanto, aquí también viene primero lo oral y solo después llega lo escrito (si es que llega). Este es, por otra parte, el mismo recorrido que realiza cada persona en su vida. Todos hemos aprendido primero a hablar y solo después algunos hemos aprendido a escribir. La población mundial era mayoritariamente analfabeta hasta hace unas cuantas décadas y todavía hoy la UNESCO calcula que 800 millones de personas no saben leer ni escribir. Y una vez más, salvo discapacidad, no hay nadie que sepa escribir y no sepa hablar.
Por otra parte, si nos fijamos en lo que hace el común de los mortales, veremos que pasamos mucho más tiempo hablando que escribiendo, incluso en esta época nuestra en que tecleamos como locos en ordenadores y teléfonos móviles.
Todo esto nos debería hacer sospechar que para el ser humano la lengua oral es más importante y más básica que la escrita. Y, sin embargo, ¿por qué le damos tanto valor a unos cuantos trazos grabados en un papel, una piedra o una pantalla?
La escritura es un invento poderoso. Los primeros pueblos que la conocieron adquirieron una ventaja sobre los demás que difícilmente nos podemos imaginar y que probablemente igualaba o superaba en términos proporcionales a nuestras actuales brechas tecnológicas o digitales. La escritura multiplicó las dimensiones y la complejidad de los Estados al permitir fijar las leyes de manera inalterable y enviar instrucciones precisas a los rincones más apartados de un imperio. Permitía también dejar constancia indiscutible de la propiedad. Gracias a ella el comercio pudo alcanzar unas proporciones que nadie hubiera podido soñar. Los escritos ayudaron a viajar en el tiempo y en el espacio a esos virus llamados ideas, que ahora podían transmitirse de unas personas a otras sin necesidad de que hubiera contacto directo. Y no debemos olvidar que la escritura brindaba a la divinidad nuevas formas de manifestarse. No en vano las tres religiones más exitosas del mundo —el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam— reposan sobre la autoridad de las Sagradas Escrituras. La habilidad de leer era rara y preciada porque quien la poseía se convertía en vínculo con el poder, la riqueza, la sabiduría y lo sobrenatural. Quien además sabía escribir podía aspirar a convertirse en fuente de todo esto.
No es de extrañar, por tanto, que la palabra escrita adquiriera un prestigio incomparable que llevó a invertir los términos de la relación entre lo oral y lo escrito. Si en el inicio la escritura intentaba registrar lo hablado lo mejor que podía, llegó un momento en que fue la lengua oral la que empezó a sentirse acomplejada al lado de la perfección de la lengua escrita y a sentirse en la necesidad de imitarla. La que había sido la maestra acabó reducida así a la condición de alumna rezagada. La veneración por lo escrito no se ha perdido a pesar de los saludables progresos de la alfabetización. Antes al contrario, en nuestro paso por las aulas nos han explicado que adquirir una cultura equivale, por encima de todo, a aprender a leer y escribir textos cada vez más complejos.
La lingüística ha puesto también su granito de arena. Todo haría esperar que esta se volcara en lo oral. Pero no podemos olvidar que los estudios gramaticales (re)surgen en la Edad Media europea para dar respuesta a una necesidad muy concreta; la cultura estaba escrita en una lengua que ya no entendíamos: el latín. La gramática era un auxiliar que nos enseñaba a descifrar textos oscuros. Todavía hoy nuestras gramáticas están concebidas más para ayudar a entender que para ayudar a producir, y sirven bastante bien para dar cuenta de la lengua escrita estándar, pero naufragan en cuanto intentamos aplicarlas a la conversación cotidiana. Cuando vemos que las reglas gramaticales no encajan con nuestra forma de hablar, no llegamos a la conclusión de que la gramática está mal hecha (o de que no está hecha para eso), sino que decidimos que hablamos mal y asunto solucionado.
Por eso tienen también más prestigio las variedades de una lengua cuya pronunciación está más cercana a la ortografía. De ahí, por ejemplo, que se suela emplear como arma arrojadiza contra seseantes y ceceantes el que su pronunciación no respete la escritura.
Y así volvemos a donde empezamos. Quienes dicen eso sólo tendrían razón si la tuviera aquel alumno que saludaba a sus profesores con un Jola, ¿kué tal? Pero aquel simpático principiante probablemente se desenvuelve hoy con soltura en español y ya ha entendido que una cosa es cómo se habla y otra cómo se escribe y que históricamente el habla no es imitación de la escritura sino más bien al revés.
[Blog de Lengua Española de Alberto Bustos, ¿Qué es primero: lo oral o lo escrito?]
01 noviembre 2010
Etimología de "chao"
Etimología de ‘chao’
Chao es una fórmula de despedida con una curiosa historia. Para rastrear sus orígenes vamos a tener que hacer todo un viaje etimológico.
Nosotros la hemos adoptado del italiano, desde donde se difundió a las lenguas del mundo hasta pasar a formar parte del vocabulario internacional. El italiano estándar, a su vez, la tomó de la expresión veneciana sciào vostro, que en italiano estándar se diría schiavo vostro y significa literalmente ’soy vuestro esclavo’. Esta era una fórmula de cortesía que explotaba el mecanismo de presentarse en una posición inferior —de sumisión— ante nuestro interlocutor. Puede que nos resulte chocante que alguien se quiera referir a sí mismo como esclavo, pero esto no nos debería llamar tanto la atención si tenemos en cuenta que nosotros hemos inventado fórmulas similares como servidor, que hoy en la lengua general ha quedado relegado más bien a usos jocosos como, por ejemplo, Pues con servidor que no cuenten, o sea, ‘Que no cuenten conmigo’.
Con el uso, como todo, la expresión cortés sciào vostro se fue desgastando. Su forma quedó reducida a sciào y de su significado desapareció toda idea de sumisión o esclavitud. Ya era simplemente algo que se decía al despedirse. Esta forma desgastada es la que dio lugar al italiano estándar ciao, que vale lo mismo como saludo que como despedida.
Pero solo hemos hecho una parte del viaje. Del veneciano nos tenemos que ir al latín medieval, que tenía una palabra sclavus que había tomado prestada del griego bizantino sklávos. Esta era la adaptación del nombre que se daban a sí mismos ciertos pueblos de europa, los slovēninŭ o eslavos. Así, sclavus significaba al principio simplemente ‘eslavo’. Aún hoy salta a la vista la semejanza entre las dos palabras, que no son sino variantes que se han especializado semánticamente. Lo que ocurrió fue que durante la Edad Media los eslavos eran capturados a menudo por el Imperio Bizantino, que los sometía a servidumbre, con lo que su nombre se convirtió en sinónimo de siervo y acabó desplazando a la vieja denominación latina servus.
Así, cuando hoy nos despedimos de alguien con un simple ¡chao!, lo que hay detrás es la ocurrencia de un veneciano que un buen día decidió congraciarse con alguien diciendo que era su esclavo (algo le querría sacar) y, más allá de eso, la desdicha que tuvieron muchos eslavos en los Balcanes, allá por la época medieval, de acabar convertidos en siervos de un griego. ¡Quién lo hubiera dicho!
Hasta la próxima semana o, mejor dicho, ¡chao!
[Blog de Lengua Española de Alberto Bustos, Etimología de 'chao']
Chao es una fórmula de despedida con una curiosa historia. Para rastrear sus orígenes vamos a tener que hacer todo un viaje etimológico.
Nosotros la hemos adoptado del italiano, desde donde se difundió a las lenguas del mundo hasta pasar a formar parte del vocabulario internacional. El italiano estándar, a su vez, la tomó de la expresión veneciana sciào vostro, que en italiano estándar se diría schiavo vostro y significa literalmente ’soy vuestro esclavo’. Esta era una fórmula de cortesía que explotaba el mecanismo de presentarse en una posición inferior —de sumisión— ante nuestro interlocutor. Puede que nos resulte chocante que alguien se quiera referir a sí mismo como esclavo, pero esto no nos debería llamar tanto la atención si tenemos en cuenta que nosotros hemos inventado fórmulas similares como servidor, que hoy en la lengua general ha quedado relegado más bien a usos jocosos como, por ejemplo, Pues con servidor que no cuenten, o sea, ‘Que no cuenten conmigo’.
Con el uso, como todo, la expresión cortés sciào vostro se fue desgastando. Su forma quedó reducida a sciào y de su significado desapareció toda idea de sumisión o esclavitud. Ya era simplemente algo que se decía al despedirse. Esta forma desgastada es la que dio lugar al italiano estándar ciao, que vale lo mismo como saludo que como despedida.
Pero solo hemos hecho una parte del viaje. Del veneciano nos tenemos que ir al latín medieval, que tenía una palabra sclavus que había tomado prestada del griego bizantino sklávos. Esta era la adaptación del nombre que se daban a sí mismos ciertos pueblos de europa, los slovēninŭ o eslavos. Así, sclavus significaba al principio simplemente ‘eslavo’. Aún hoy salta a la vista la semejanza entre las dos palabras, que no son sino variantes que se han especializado semánticamente. Lo que ocurrió fue que durante la Edad Media los eslavos eran capturados a menudo por el Imperio Bizantino, que los sometía a servidumbre, con lo que su nombre se convirtió en sinónimo de siervo y acabó desplazando a la vieja denominación latina servus.
Así, cuando hoy nos despedimos de alguien con un simple ¡chao!, lo que hay detrás es la ocurrencia de un veneciano que un buen día decidió congraciarse con alguien diciendo que era su esclavo (algo le querría sacar) y, más allá de eso, la desdicha que tuvieron muchos eslavos en los Balcanes, allá por la época medieval, de acabar convertidos en siervos de un griego. ¡Quién lo hubiera dicho!
Hasta la próxima semana o, mejor dicho, ¡chao!
[Blog de Lengua Española de Alberto Bustos, Etimología de 'chao']
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