Sí, definitivamente es jueves. Las sillas, que llevan  grabadas las letras del alfabeto, se amontonan en la sala de plenos.  Junto a la mesa de Hartzenbusch hay muchos libros nuevecitos y  apetecibles, dispuestos en una especie de repisa: el Diccionario, la  Ortografía, la Gramática..., pero también glosarios de alemán, de  inglés, de francés, de italiano o de latín. Todo está preparado para  que, a las siete y media de la tarde, los académicos se sienten y  comiencen a debatir. No perderán un segundo en salvas. Los plenos, que  se celebran todos los jueves laborables del año, duran una hora exacta. A  las ocho y media suena el reloj. Y se acabó. «Es la tradición», resume  el académico Salvador Gutiérrez. Ni siquiera hay un orden del día  tajante, aunque la costumbre ha moldeado un protocolo aproximado:  primero se leen las actas del día anterior, luego se informa de las  noticias que se hayan producido durante la semana y más tarde se abordan  las llamadas 'papeletas': términos que algunos miembros han leído o han  escuchado y que no aparecen en el Diccionario de la Real Academia  Española (DRAE). «Por ejemplo -indica Gutiérrez-, el vocablo 'tableta',  ahora muy utilizado para las nuevas herramientas informáticas. Un  académico encuentra esa palabra y la propone para su estudio y  discusión».
El camino que ese nuevo vocablo debe recorrer hasta  figurar en el DRAE está lleno de meandros. Los académicos se organizan  en comisiones especializadas que analizan los términos por temas y que  debaten, por ejemplo, la pertinencia o no de recoger determinadas nuevas  palabras o de cambiar las definiciones de otras ya incluidas. «Si  alguien con formación en lenguas clásicas oye la expresión 'tableta'  como traducción del 'tablet' informático, seguramente propondrá en su  lugar la palabra 'tablilla', por conexión con las pizarras sumerias en  las que se escribían cosas. Pensaría que no hay necesidad de introducir  un vocablo extraño cuando en castellano ya existe uno con un significado  muy parecido... Pero a veces las palabras llegan con la fuerza de un  océano y son muy difíciles de parar», ilustra Salvador Gutiérrez. Tras  el estudio detallado, el pleno decide finalmente si incluir o no la  palabra analizada en el Diccionario. El periodista Luis María Anson, que  ocupa la letra 'ñ' desde 1998, recuerda los dos últimos términos que ha  propuesto para su estudio: 'agujero de gusano' (una expresión física  que se utiliza para describir un túnel espacio/temporal) e  'inexhaurible' (inagotable, que no tiene fin).
Un acento turbulento 
Salvador Gutiérrez ha sido el ponente de la Ortografía  Panhispánica, la última y resonante publicación de la Academia. Una obra  que ha generado mucho debate fuera... y dentro de la casa. «Hubo  discusiones muy vivas», revela el secretario, Darío Villanueva:  «Dedicamos varias sesiones a la conveniencia o no de quitar la tilde a  solo». Las decisiones tienden a adoptarse por consenso, aunque haya  académicos que mantengan posiciones contrarias: «No existe la figura del  voto particular, pero si alguno no está de acuerdo, puede decirlo  públicamente. Esto no pretende ser una balsa de aceite», aclara  Villanueva.
La Ortografía se ha convertido en un éxito de ventas casi  universal y volverá a triunfar este sábado, 23 de abril, en las casetas  del Día del Libro. «A mí la discusión pública me encanta. Que se hable  de la lengua me parece hermoso», subraya Gutiérrez. Y el filólogo  granadino Gregorio Salvador, que lleva 24 años sentado en el sillón 'q',  recuerda que la polémica sobre la tilde de 'solo' no fue nada en  comparación con la que se montó en 1803: «Había muchos académicos que se  negaron a escribir 'farmacia' en lugar de 'pharmacia' o 'coro' en vez  de 'choro'. ¡Y quitarle la hache a 'Christo' les parecía poco menos que  blasfemo! Aquella Ortografía salió adelante por un solo voto. Los  académicos rebeldes siguieron con los viejos hábitos. ¿Qué pasó? Que a  los treinta años, ya nadie escribía 'pharmacia' o 'choro'». Así que  Gregorio Salvador recomienda paciencia y libertad: «Si usted no lo  acepta, pues no lo acepte. Haga lo que quiera. Pero las nuevas  generaciones irán aprendiendo lo nuevo... y las normas se irán  imponiendo poco a poco».
La escritora Soledad Puértolas entró en la Real Academia  en noviembre de 2010. En los pocos meses que lleva, ya se ha dado cuenta  de la pasión con que se afrontan los debates: «Aquí se discute. Eso es  lo que más me ha sorprendido. Con mucha educación y respeto, pero se  discute. Me está gustando mucho más de lo que me imaginaba». La bióloga  asturiana Margarita Salas ingresó en la Academia en el año 2003: «Cuando  entré, me maravilló la eficacia en el trabajo. Por ejemplo, ahora, en  la comisión del vocabulario científico, estamos ya revisando todos los  términos para la nueva edición del Diccionario. Algunos los estamos  eliminando por considerarlos demasiado especializados u obsoletos».
Cien dudas al día 
La Academia ocupa dos edificios. Las salas solemnes y las  bibliotecas se ubican en el palacio de la calle Felipe IV, que fue  construido expresamente para la institución en 1894. Pero una buena  parte del trabajo cotidiano se solventa en un inmueble de la calle  Serrano, en el que trabajan cerca de 60 especialistas (filólogos e  informáticos). En el Departamento de Español al Día se reciben unas 100  consultas diarias, sobre cuestiones de ortografía, de léxico, de  gramática, de fonética... «Todas esas preguntas se responden. Y no solo  con un sí o con un no, sino con un razonamiento», explica Salvador  Gutiérrez, director del Departamento. Las respuestas se van ordenando y  clasificando, para que posteriormente puedan servir como base a las  publicaciones académicas. «Parte de la Ortografía la han hecho los  hablantes con sus preguntas», apunta Gutiérrez.
La mañana avanza. La señora de la limpieza ya ha dejado  la sala de plenos como los chorros del oro, con todas las sillas  dispuestas alrededor de la mesa, y ha corrido los cortinones. Nadie sabe  cuántos académicos aparecerán a las siete y media: cada uno es libre de  acudir, en función de su voluntad, de su agenda o de sus achaques. No  tienen por qué excusar su presencia. Los que lleguen se sentarán donde  pillen (casi nadie busca su letra para ocupar la silla correspondiente) y  dirán lo que piensan. Quién sabe si ahora mismo peligra la  supervivencia de otra tilde o si acaban de decretar la defunción de un  vocablo. «El idioma es un ser vivo. Cambia constantemente. Las palabras  nacen, mueren y algunas triunfan...., aunque no nos agraden», concluye  Salvador Gutiérrez.
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