¿Dónde se habla el mejor español? Hacía tiempo que quería escribir sobre este tema y me da pie ahora para ello la lectura de un interesante libro sobre la relación entre lengua e identidad en el que se trata precisamente esta cuestión en el capítulo 4, aunque en un plano general, no en el específico de nuestra lengua (Edwards, John. 2009. Language and identity: an introduction. Cambridge: Cambridge University Press).
Todos nos hemos encontrado alguna vez envueltos en una conversación sobre dónde se habla el mejor español. Respuestas clásicas en España son: en Valladolid o quizás en Castilla. Allende los mares se tiende probablemente a atribuir esta virtud a las variedades europeas de esta lengua. Normalmente la discusión se trufa con argumentos sobre la pureza o la corrección de esta o de la otra variedad. Sobre las restantes variedades se suelen tener también listos juicios de tipo estético, social, comunicativo, etc. que sirven para terminar de aderezar el tema. Así, se afirma con convencimiento que En la ciudad X tienen un acento muy gracioso, En la región Y hablan muy cateto o En el país Z no hay quien los entienda. Evitaremos aquí los ejemplos concretos porque bastante calientes están ya las cosas como para echar más leña al fuego.
Para empezar, hay que aclarar de qué estamos hablando verdaderamente cuando nos referimos al mejor español. ¿Tiene esto que ver con alguna cualidad intrínseca de tipo estructural o funcional? Para que nos entendamos: ¿tiene el murciano una gramática más desarrollada que el extremeño?, ¿es posible una comunicación más precisa hablando limeño que hablando porteño? Desde un punto de vista científico, la respuesta es un rotundo no. Todas las variedades de una lengua son medios igualmente aptos para desempeñar las diferentes funciones del lenguaje. No se puede sostener de ningún modo que la variedad X sea mejor que la variedad Y o que la una sea más pura y la otra esté más echada a perder.
Sin embargo, desde un punto de vista social, las cosas cambian. No hay duda de que los hablantes tienen sus propias ideas al respecto y de que las manifiestan con vehemencia. Los juicios más o menos estrictos, más o menos definidos, más o menos emocionales sobre cuáles son las variedades de su propia lengua que resultan más hermosas o más puras o más saladas o más sosas existen, son reales para quienes los emiten y tienen su valor, pero hay que saber interpretarlos. En el fondo, estos juicios no nos dicen nada sobre las variedades lingüísticas a las que en principio se refieren sino sobre la consideración que merecen los grupos que hablan esas variantes. Son el resumen de estereotipos, prejuicios, diferencias económicas, rivalidades o afinidades, procesos históricos, etc. La traducción es muy sencilla. Cuando nos dicen: En tal sitio hablan muy gracioso, lo que nos quieren decir es: Los de tal sitio son muy graciosos. Y la afirmación sobre lo cateto del habla de este pueblo o del otro no es sino una forma más o menos indirecta, más o menos socialmente aceptada de llamar catetos a los habitantes del pueblo en cuestión. No hay muchas más vueltas que darle.
Las variedades de prestigio, por su parte, suelen coincidir con las habladas por quienes históricamente han sido más exitosos. Por ejemplo, la belleza o la dignidad que se le atribuyen a un determinado acento son simplemente el reflejo del juicio colectivo que merecen los hablantes con tal acento. Se han hecho experimentos en los que se ha pedido a personas que no conocen una lengua ni el trasfondo histórico, social, económico, etc. de la comunidad que la habla que juzguen estéticamente el sonido de diferentes variedades. Sus respuestas no tenían nada que ver con las de hablantes nativos que sí están familiarizados con ese trasfondo. Quienes desconocen cuáles son las valoraciones relativas que merecen diferentes grupos de hablantes dentro de una comunidad lingüística son incapaces de atinar asignando los supuestos valores estéticos. A un panameño le puede parecer que el acento de un hondureño, un boliviano, un español o un argentino es de tal o cual manera. Lo que nos está diciendo, quizás sin ser del todo consciente de ello, es lo que le parecen los hondureños, los bolivianos, los españoles o los argentinos. Si la misma pregunta se la hiciéramos a una señora recién aterrizada de Samoa sin entender una palabra de español, te puedo asegurar que lo que le parecería sería completamente distinto.
En definitiva, y para no alargarnos más, responder a la pregunta inicial es más fácil de lo que parecía. ¿Que dónde se habla el mejor español? Pues en todas partes y en ninguna.
Hasta la semana que viene.
[Blog de Lengua Española de Alberto Bustos, ¿Dónde se habla el mejor español?]
Todos nos hemos encontrado alguna vez envueltos en una conversación sobre dónde se habla el mejor español. Respuestas clásicas en España son: en Valladolid o quizás en Castilla. Allende los mares se tiende probablemente a atribuir esta virtud a las variedades europeas de esta lengua. Normalmente la discusión se trufa con argumentos sobre la pureza o la corrección de esta o de la otra variedad. Sobre las restantes variedades se suelen tener también listos juicios de tipo estético, social, comunicativo, etc. que sirven para terminar de aderezar el tema. Así, se afirma con convencimiento que En la ciudad X tienen un acento muy gracioso, En la región Y hablan muy cateto o En el país Z no hay quien los entienda. Evitaremos aquí los ejemplos concretos porque bastante calientes están ya las cosas como para echar más leña al fuego.
Para empezar, hay que aclarar de qué estamos hablando verdaderamente cuando nos referimos al mejor español. ¿Tiene esto que ver con alguna cualidad intrínseca de tipo estructural o funcional? Para que nos entendamos: ¿tiene el murciano una gramática más desarrollada que el extremeño?, ¿es posible una comunicación más precisa hablando limeño que hablando porteño? Desde un punto de vista científico, la respuesta es un rotundo no. Todas las variedades de una lengua son medios igualmente aptos para desempeñar las diferentes funciones del lenguaje. No se puede sostener de ningún modo que la variedad X sea mejor que la variedad Y o que la una sea más pura y la otra esté más echada a perder.
Sin embargo, desde un punto de vista social, las cosas cambian. No hay duda de que los hablantes tienen sus propias ideas al respecto y de que las manifiestan con vehemencia. Los juicios más o menos estrictos, más o menos definidos, más o menos emocionales sobre cuáles son las variedades de su propia lengua que resultan más hermosas o más puras o más saladas o más sosas existen, son reales para quienes los emiten y tienen su valor, pero hay que saber interpretarlos. En el fondo, estos juicios no nos dicen nada sobre las variedades lingüísticas a las que en principio se refieren sino sobre la consideración que merecen los grupos que hablan esas variantes. Son el resumen de estereotipos, prejuicios, diferencias económicas, rivalidades o afinidades, procesos históricos, etc. La traducción es muy sencilla. Cuando nos dicen: En tal sitio hablan muy gracioso, lo que nos quieren decir es: Los de tal sitio son muy graciosos. Y la afirmación sobre lo cateto del habla de este pueblo o del otro no es sino una forma más o menos indirecta, más o menos socialmente aceptada de llamar catetos a los habitantes del pueblo en cuestión. No hay muchas más vueltas que darle.
Las variedades de prestigio, por su parte, suelen coincidir con las habladas por quienes históricamente han sido más exitosos. Por ejemplo, la belleza o la dignidad que se le atribuyen a un determinado acento son simplemente el reflejo del juicio colectivo que merecen los hablantes con tal acento. Se han hecho experimentos en los que se ha pedido a personas que no conocen una lengua ni el trasfondo histórico, social, económico, etc. de la comunidad que la habla que juzguen estéticamente el sonido de diferentes variedades. Sus respuestas no tenían nada que ver con las de hablantes nativos que sí están familiarizados con ese trasfondo. Quienes desconocen cuáles son las valoraciones relativas que merecen diferentes grupos de hablantes dentro de una comunidad lingüística son incapaces de atinar asignando los supuestos valores estéticos. A un panameño le puede parecer que el acento de un hondureño, un boliviano, un español o un argentino es de tal o cual manera. Lo que nos está diciendo, quizás sin ser del todo consciente de ello, es lo que le parecen los hondureños, los bolivianos, los españoles o los argentinos. Si la misma pregunta se la hiciéramos a una señora recién aterrizada de Samoa sin entender una palabra de español, te puedo asegurar que lo que le parecería sería completamente distinto.
En definitiva, y para no alargarnos más, responder a la pregunta inicial es más fácil de lo que parecía. ¿Que dónde se habla el mejor español? Pues en todas partes y en ninguna.
Hasta la semana que viene.
[Blog de Lengua Española de Alberto Bustos, ¿Dónde se habla el mejor español?]